viernes, 30 de marzo de 2012

Sobre el veintitrés de marzo






La gente abre el periódico y los titulares le llevan de una a la Guerra del Pacífico. ¡Viva Bolivia! ¡Viva el Perú! ¡Abajo Chile! ¡Muerte al filibustero araucano! Leen a la pasada al pararse frente al kiosco o todo completo con un café, pero el resultado es el mismo. Cada artículo, cada frase invitan a preparar la respuesta al insulto, a la invasión, llaman a ir a la guerra. El gran meeting se arma con fuerza y la palabra “mar” suena, va y viene de boca en boca como el mismo oleaje. Pero claro, esto no es 1879. El periódico “El Comercio” editado en La Paz de Ayacucho, viernes 28 de febrero de ese año, reeditado para las vísperas de este 23 de marzo, día del mar en Bolivia. En su tiempo, ese mismo periódico alzó al pueblo en armas, unió a la patria en un sólo objetivo de limpiar a sangre la ofensa. Pero ahora, en dos mil doce, no logra levantar ni un fusil, pero sí sigue abriendo la herida de la derrota.

Han pasado ciento treinta y tres años de trauma post guerra. En Antofagasta, Calama, los niños crecen y en algún momento, casi por anécdota se enteran que la tierra que pisan fue alguna vez boliviana. Acá los niños de la cuna se les crían con la promesa de volver al mar y con eso solucionar todo. Absolutamente todo. Los gobiernos o los medios, que es lo mismo, ponen el tema limítrofe como cortina de humo ante cualquier problema interno y la reivindicación marítima, con bandera, himno y todo, se levantan como la gran esperanza de una patria unida, rica, libre.

Pero es tan falsa la promesa, o se ha hecho tan grande en todo este tiempo que el común del boliviano piensa que va a tener Antofagasta de nuevo. Que el villorrio de cinco mil personas que fue en mil ochocientos setenta y nueve, se va a entregar como lo que es hoy; un gigantesco puerto, con las avenidas, escuelas, hospitales, fábricas que cientos de miles de personas las ocupan ahora. Que Chile va a devolver todo el territorio que fue boliviano, con Chuquicamata incluida, para fraccionarse y dejar a Iquique y Arica como islas, lejos del resto del territorio, más solas que el mismo Abaroa defendiendo Calama.

La mayoría de la gente en Chile no tiene idea qué es el Silala, y los que lo saben, poco les importa para dónde vayan sus aguas. El día del mar lo ven como material para hacer chistes y se matan de risa cuando saben que existen marinos bolivianos. Todo se explica en la política del vencedor, el que ganó la guerra, el que no tiene nada qué reclamar. Cada país cuenta la historia como le plazca y así la enseña en sus escuelas.

Pero dónde están las soluciones reales. Quizá la propuesta más aterrizada la dio Pinochet a Banzer. Entre dictadores se entienden. Y que era hacer el famoso corredor por el extremo norte de Chile desde la costa hasta el departamento de La Paz, teniendo Bolivia soberanía sobre ese territorio y Chile quedándose proporcionalmente con territorios de Potosí, y de pasada eliminando para siempre la frontera con el Perú. Pero no. La trampa peruana en el tratado de mil novecientos cuatro es que todo territorio que haya sido peruano no puede ser cedido a un tercer país. De ahí en más pura demagogia, antichilenismo, gobiernos que les jugó en contra ese mismo odio por Chile y cuando quisieron sacar el gas por ahí tuvo en respuesta protestas, matanzas, y posterior abdicación de Goni.

Pero pasa el tratado de mil novecientos cuatro, pasó el abrazo de Charaña, pasa la agenda de los trece puntos y las amenazas de ir a La Haya. Y nada. Ya marcharon y murieron los beneméritos de la Guerra del Pacífico. Yo vi marchar a los beneméritos de la Guerra del Chaco en su último desfile del veintitrés de marzo, y para el de este año ya estaban todos en su mausoleo. Todo sigue estancado en gigantescos mamotretos contestados por otros más grandes. La única parte en dónde sigue vivo es en las mesas de bares, en donde he tenido cientos de veces hablar de el mar, Abaroa, si no hubiesen dejado solo a Carrasco, si los peruanos se hubiesen metido, y la ayuda que tuvieron de Inglaterra. Pero con ninguno de los que he hablado es Melgarejo para que en una conversación de borrachera pueda cambiar el mapa de Bolivia. Así que la frontera sigue ahí. Y los huesitos de Abaroa los van a seguir sacando a pasear una vez al año esperando lo mismo, sin que pase nada.

Si esta guerra o post guerra fuese un partido de fútbol el juego ya estaría hecho. Chile sigue haciendo tiempo en un partido que lo tiene ganado, dilatando el juego con pases entre defensa y arquero. Y Bolivia sigue haciendo el desgate, quemando piernas, todavía reclamando un penal que no se cobró.